Pedro María Sánchez Amado

De baja y con una faringitis bacteriana. En esas condiciones he grabado este capítulo, solo por mi toc de los números de los capítulos. Aprovecho para contarte cómo es hoy en la comarca de Euskadi donde vivo la atención médica primaria de urgencia y cómo el proceso para que un médico te firme una baja, algo que hace tiempo que no me ocurría.

Un cura clasista, expulsado de la Iglesia Católica por el Obispo de Bilbao, que se autodesigna obispo y no reconoce a la Iglesia posterior al Concilio Vaticano II, primo hermano simbólico del Papa Clemente de la Iglesia del Palmar de Troya y dos conventos de monjas clarisas, uno en Belorado (Burgos) y otro en Orduña (Bizkaia). Todo entre lo rocambolesco y lo tenebroso. Niegan a la Iglesia Católica y hacen un cisma con la institución romana.

Una de teoría para entender mejor, una vez más, cómo funciona el mercado eléctrico en España y, al mismo tiempo, práctica: el intento de engaño en una llamada recibida la semana pasada para intentar captarme nuevamente como cliente de Iberdrola con prácticas ilegales.

Illa es hoy un autoantónimo catalán. Un término que significa una cosa y la contraria a la vez. Una antífrasis, lo que según la Fundeu es una figura retórica por la que “se designan personas o cosas con voces que significan lo contrario de lo que se debiera decir». Hoy Illa, Salvador Illa, político favorini mío de los últimos tiempos, desde los oscuros tiempos del Covid, allá en 2020, ministro entonces de sanidad y candidato socialista por segunda vez a presidir la Generalitat de Catalunya, es la demostración, para contrariarme en los pocos argumentos anti Sánchez que suelo utilizar, que la amnistía merecía la pena, que el camino a la reconciliación no rompe España, sino que la cohesiona. Que en Catalunya hoy tienen argumentos para entenderse y tratar de crear un escenario de respeto a los sentimientos diversos que alberga en su interior. Hoy Illa se ha transmutado en un continente entero. Para la ciudadanía catalana y para su jefe de Ferraz.

A propuesta de la nueva colaboradora, Marta, el título es muy elocuente. Basta ya de que todo tenga que servir para algo.