Bala Extra

Mi visita al alergólo del Hospital de Mendaro el lunes y las andanzas de Guille entre sus fútboles, su carné de conducir y su «vida social/personal» marcan este capítulo con prefijo de llamada, el 901.

Pues sí. 900 capítulos. Más de 200 horas, de 13.000 minutos de podcasting junto a ti. Gracias por ello. Mientras preparamos algo especial para el capítulo 1.000, déjame que te cuente de la alarma invisible que he adquirido para instalar en casa.

Desde mediados de octubre vengo obervando fallos de enfoque en la cámara de mi iPhone 14 pro max cuando uso apps de terceros para fotografiar algo de cerca (un DNI para un banco, un código QR, incluso con la utilidad ad hoc del iPhone). Ayer me volvió a ocurrir y, casualidades de la vida, un oyente me preguntó si me pasaba, porque a él y a otros, les está pasando.

En la cena de nochevieja pude comprobar en primera persona y con personas poco «sospechas» ideológicamente, que las mentiras que se están generalizando en los medios, especialmente las privadas, que invitan a mentirosos profesionales, travestidos de periodistas, están calando.

No nos engañemos: no están en juego unas elecciones. Está en juego la democracia, que si ya era precaria, las mentiras ocupando el espacio de la información veraz (que no objetiva), van a terminar por matarla.

Si el título del capítulo de hoy no llevara un entre paréntesis, puede que pensaras que íbamos a reflexionar juntos tú y yo de lo que costaría Twitter en una hipotética reventa de Elon Musk a un tercero. Pero no. Nuestro capítulo de miércoles va de otro valor de Twitter más etéreo.

Vicios que vienen de infancia, en que yo tenía mi propio ASMR cuando visitaba las ferreterías, obedeciendo a mi padre, a por unos gramos de clavos o tirafondos del 5.