Cada detalle que llega a mis ojos incluye una carga emocional difícil de contener.
Los cadáveres en el suelo, las miradas alicaídas y resignadas. El miedo de los que miran a la muerte como su futuro más próximo.
El tiempo no ha hecho disminuir los sentimientos. Un fusilamiento siempre implica mil preguntas en la mente del espectador: por qué tuvo que acabar así, por qué no hubo una alternativa, por qué inducir ese sufrimiento a las familias …
Uno de los ajusticiados era Robert Boyd. Robert siempre se había movido por sus principios y le había llevado a varios frentes de batalla. Pero el miedo no parecía entrar en sus planes.
Las cartas de despedida, especialmente si son con la muerte a la vuelta de la esquina, suelen mostrar el miedo como protagonista. Pero la carta de despedida de Robert no era así.
Robert escribió a sus hermanos y a su madre para que se sintiesen orgullosos de él. Por luchar por sus principio y morir por ellos.
En aquella época, y en el sur de España, la muerte que sorprendía a los no católicos, como era el caso de Robert, les proporcionaba un cruel final con los restos de su cuerpo. Eran enterrados de forma vertical, de pie, habitualmente en playas. Y el cuerpo era desecho por el mar, los peces, o incluso los perros del lugar.
La persona que acompañó a Robert a su trágico final, también acabó de la misma forma. Junto a Robert, esperó el fusilamiento al mismo tiempo.
José María era el líder del grupo. Había convencido a un grupo de hombres para un levantamiento contra el rey de la época. Justo antes del fusilamiento, también decidió despedirse de su mujer mediante una carta. La carta, conserva muchas cosas comunes a la carta de Robert. No hay miedo en ella, sino duelo por provocar dolor en su familia. Y de nuevo induce honor por morir bajo sus principios. Pero no aparece el miedo.
Lo admito. Cuando realizo una presentación y sobretodo cuando hay algo en juego, yo si tengo miedo.
Miedo a no transmitir el mensaje correcto:
- A dejarme los puntos clave
- A mostrar las debilidades del proyecto
- A enseñar dudas internas y falta de consenso en el equipo.
Y también lo admito, no tengo la solución para eliminar el miedo de mis presentaciones. Leo y leo miles de claves para erradicarlo y aunque en algunos aspectos me han ayudado, no lo han hecho desaparecer.
Así que he aprendido a convivir con ello. A sentirlo como un compañero de mi responsabilidad. Y como compañero he tenido muchas aventuras con él:
- Me ha impedido comer desde horas antes de la presentación, cerrando la boca del estómago ante la siguiente cita.
- Lo he visto aparecer en el primer minuto de mis presentaciones. Ese primer minuto que marca el devenir del resto de la presentación. Normalmente, si lo esquivo, la presentación fluye y no hay mayores inconvenientes. Pero si ha decidido quedarse, entrecortarme la voz para que mi mensaje no fuera lo suficientemente contundente, me ha exigido de un sobre-esfuerzo. No hay truco, si apareció, hay que hacerlo desaparecer, reponiéndose desde la racionalidad.
- Lo he echado de menos en otras ocasiones. Estar a punto de comenzar la presentación sin ningún tipo de tensión. Y la relajación me ha hecho perder el hilo y la concentración en la exposición. Que intolerable dejadez, cierto? La resignación del momento dejó que hicieran de lo mi lo que quisieron, como soldado a punto de ser fusilado.
- Por ello, al miedo, lo quiero conmigo. Dominado, pero lo quiero conmigo. Es el que me proporciona un equilibrio entre la dejadez y el pánico, el que me ofrece ese estrés productivo que me permite transmitir sentimiento durante la presentación.
No tengo recetas para controlarlo. Ayudas hay pero creo que cada uno necesitamos las nuestras. Cada uno somos un mundo y no respondemos de la misma forma a los mismos estímulos.
Sigue probando. Pero seguiré presentando con miedo.
Puedo imaginarme el sentimiento de los hermanos de Robert cuando recibieran la carta. Y el dolor que sufriría la mujer de José María cuando se enterase de la triste noticia del fusilamiento de su marido.
El propósito común de todo atentado terrorista contra la vida es el mismo: infundir temor y miedo. Y probablemente lo consiguieron.
Robert Boyd y Jose María Torrijos fueron apresados y fusilados en las playas malagueñas el día 11 de diciembre por el delito de alta traición y conspiración contra los sagrados derechos de la soberanía de S.M., Fernando VII, tras unos días de resistencia, y sin celebrarse previamente juicio alguno.
El trágico hecho fue congelado para la posteridad en forma de cuadro, de obra maestra, por Antonio Gisbert. El encuadre es magistral: deja fuera de campo algunos de los cadáveres. De uno de ellos asoma tan sólo una de sus manos y su chistera de piel. Rasgo de gran elegancia estética e intensidad dramática.
Obra de arte donde se puede respirar el miedo.