Justin y David estaban ansiosos por comenzar con sus experimentos. El trabajo de observación que habían realizado hasta ese momento, tenía ahora que ser demostrado sobre individuos o personas reales.
A finales del siglo XX, los estudios sobre las capacidades cognitivas eran una tendencia en la universidad de Cornell, en Nueva York.
Se analizaban toda clase de habilidades: la conducción de vehículos, habilidades para juegos como el tenis o el ajedrez y por supuesto la comprensión lectora.
Y una de las primeras hipótesis de estos estudios entusiasmaba a Justin y David: parecía como si la ignorancia y falta de habilidad de ciertas personas aumentase la confianza en ellos mismo, algo que a primera vista puede parecer incomprensible.
Así que ambos se pusieron manos a la obra: seleccionaron a una serie de estudiantes de la universidad, estudiantes de varias carreras de psicología por cierto.
Evaluarían a estos estudiantes en tres tipos de habilidades diferentes: razonamiento lógico, gramática y humor.
Y lo más divertido: tras la realización del test, preguntarían a los sujetos su estimación sobre la posición obtenida en la clasificación. En otras palabras, cómo se estimaban clasificados ellos mismos con respecto a sus compañeros en cada uno de estos tres campos.
No conocía el estudio como tal pero la verdad es que algo se intuía.
Cuando somos novatos a la hora de crear presentaciones, no dominamos qué incluir y qué no incluir, y he visto y sobre todo he cometido el error de sobreestimar nuestra capacidad.
Nadie conoce más de la materia que nosotros, así que se te ocurre el incluir datos técnicos por doquier, que «creemos» nos dará un status de conocimiento superior frente la audiencia.
Vaya fiasco.
Y es que la ignorancia es muy sincera. Yo repito (y procuraré hacerlo siempre que prepare una presentación técnica) cuatro cuestiones para ver si el contenido se ajusta a lo que realmente requiere de la presentación.
1/ se explica desde el inicio cual es el propósito concreto de la presentación?
Los oyentes o participantes deben saber para que están allí desde el primer momento, no queremos que se pierden desde el comienzo.
2/ ¿Los datos son los suficientemente visuales para encontrar una respuesta al propósito?
Se ven con claridad y responden por sí solos al objetivo inicial?
3/ ¿he remarcado la conclusión que responde al objetivo de la presentación, con base a los datos mostrados?
Parece una evidencia, pero a algunos de nuestro oyentes les reconforta escuchar la pregunta y la respuesta en una misma frase, para no perderse. Nunca está demás remarcar la respuesta, conclusión o decisión que se ha tomado.
4/ Y la última, que es mi favorita … me he flipado en la presentación? Qué puedo eliminar como superfluo de la misma?
En muchas ocasiones se incluye todo el camino hasta la conclusión con mucho detalle. Aparte de aburrir a la audiencia te puedes buscar la ruina, pues ningún análisis es perfecto, y se puede encontrar un fallo o falta de rigurosidad en los datos. Si no es estrictamente necesario, no lo enseñaré o lo mantendré en los anexos como apoyo pero nunca como pilar fundamental.
Iré directamente al mensaje.
Justin Kruger y David Dunning estaban en lo cierto en su hipótesis inicial.
Mientras que el grupo de estudiantes competentes estimaba bastante bien su clasificación, los incompetentes sobreestiman su posición. se veían mucho mejor en la clasificación de lo que realmente estaban.
Los detalles de los resultados fueron claros:
Tras cuatro estudios, los autores encontraron que los participantes que puntuaron en el peor cuarto del total, en las pruebas de humor, gramática y lógica, sobreestiman con mucho su habilidad y su resultado en prueba. A pesar de que las puntuaciones de las pruebas los colocaban en el 12% peor, ellos se consideraban en el 62% o mayor.
Mientras tanto, la gente con conocimiento real tiende a subestimar su competencia.
Y de este estudio nació lo que ahora conocido como el efecto Dunning-Kruger. Literalmente:
«Un sesgo cognitivo según el cual los individuos con escasa habilidad o conocimientos sufren de un sentimiento de superioridad ilusorio, considerándose más inteligentes que otras personas más preparadas, midiendo incorrectamente su habilidad por encima de lo real. Este sesgo se explica por una incapacidad metacognitiva del sujeto para reconocer su propia ineptitud. Por el contrario, los individuos altamente cualificados tienden a subestimar su competencia relativa, dando por sentado erróneamente que las tareas que son fáciles para ellos también son fáciles para otros».