Sus vidas transcurrían en paralelo pero ellos no sabían que se encontrarían en 1965.
Eso año fue decisivo para ambos dos.
Daniel, a pesar de sus solo 28 años, había vivido una vida turbulenta. Su carácter inestable y violento, unido a sus ideales nazis le provocaron algún que otro problema en el pasado.
Pero su alto cociente intelectual, muy superior a la media, le hizo crearse una carrera provechosa en diferentes organizaciones políticas radicales.
Todo lo contrario a John. Un hombre hecho sobre ideales religiosos y humanistas, que empleaba su fé para crear un mundo mejor. A sus 37 años, había pasado por los diferentes escalones formativos del periodismo y ese año 1965 era un redactor con nombre en el periódico de su vida: en New York Times
Daniel intentó en su juventud forjarse una carrera militar. Pero fracasó. Bajito, gordito, y con una vista limitada, no tuvo mucho progreso en su objetivo. Así que se había focalizado en otra de sus obsesiones: su ideal nazi.
Hacía 5 años de su presentación en la sede del Partido Nazi Americano de Rockwell. Allí valoraron su inteligencia y su entusiasmo. Brillante, aprende alemán para comunicarse con neonazis de aquel país y se vuelca en la organización.
En ese período se hace pintar un cuadro al óleo con camisa parda y las chimeneas de Auschwitz al fondo y escribe cosas como “los judíos tienen que sufrir, sufrir, sufrir”. También lleva encima una pastilla de jabón envuelta en un papel con un texto en alemán que reza “hecha con la mejor grasa judía”.
Por el contrario John vive pegado a una biblia que guarda en su escritorio del periódico. Y no lo tiene solamente guardada sino que emplea parte de su tiempo en una suave evangelización a sus compañeros, compaginándolo por supuesto con la creación de un estilo periodístico muy poco frecuente para la época: su lírica al escribir representó un antes y después en el estilo del periódico.
Mientras que Daniel vivía con su tormentosos ideales John era un remanso de paz.
Daniel decide probar en una organización mayor y “ficha” por el Ku Klux Klan. Allí también valoran su potencial y lo promocionan a “Gran Dragón” de Nueva York, máximo responsable de la organización en la región. Una carrera meteórica sin duda.
En octubre de 1965, el Times recibe un aviso anónimo sobre la falta de transparencia de Daniel. Algo había oculto. Y será John el encargado de cerciorarse de si el chivatazo es cierto o no.
Y es que todos recordamos alguna presentación donde los datos no cuadran o incluso parece que te quieran vender la motos desde el primer momento
En las presentaciones también hay falta de transparencia. Especialmente en las presentaciones técnicas y de estado de proyectos.
Somos humanos y sería muy fácil conseguir nuestro objetivo de la presentación cambiando un dato aquí, redondeando una cifra allá y ocultando aquel resultado que contradice el que perseguimos.
Por lo general, lo aprendido es que la transparencia con tus oyentes debe ser tu primera regla a seguir. Y los argumentos son muchos:
1/ Por ética y profesionalidad: no nos pagan por mentir en las presentaciones o por ocultar información que cambia el transcurso de los proyectos. No habría más que decir. Pero todavía hay más.
2/ Por coherencia y vagancia: si construimos un proyecto sobre las mentiras, los siguientes pasos del mismo van a ser un «vía crucis» de incoherencias o un «vía crucis» de nuevas mentiras para no ser descubierto. Qué pereza mantener la bola de mentiras durante toda la vida del proyecto.
3/ Porque vas a ser descubierto: sin lugar a dudas, no existe el crimen perfecto y el engaño acaba saliendo a la luz. Por supuesto, os podéis imaginar las consecuencias.
Hay un parte egoísta, y positiva, que favorece el ser transparente. Cuando reportamos aspectos negativos con sinceridad se valora mucho por parte del receptor. Y si esta persona tiene en su manos el ayudarnos, habremos ganado mucho con nuestra presentación.
Un último comentario: la transparencia es compatible con prácticas que ya hemos visto antes como por ejemplo simplificar o guardar datos en los anexos. La transparencia no está reñida con la facilidad de transmitir el mensaje o inducir al error en el mensaje final.
John McCandlish Phillips, el joven periodista del New York Times, pasó días reconstruyendo la vida de Daniel, revisando los registros escolares, militares, laborales y policiales; acumulando fotografías y entrevistando a vecinos y asociados.
El objetivo era conocer si Daniel Burros, gran dragón del Ku Klux Klan tenía orígenes y formación judía. Sin duda una controversia para Daniel, a la vez que una vergüenza dados su ideales nazis.
A John, lo único que le faltaba era una entrevista con Daniel Burros. Finalmente, en una visita al barrio de Queens en el que vivía, John lo vio en la calle. Le solicitó la entrevista y se la concedió.
Tras 20 minutos de preguntas sobre el progreso meteórico de Daniel, John le expuso la pregunta fundamental por la que estaba allí: le preguntó a Daniel si era judío.
La entrevista cambió de tono de forma automática. Daniel empezó a amenazar a John en el caso de publicación de semejante información. Y las amenazas de muerte no tardaron en llegar.
John regresó a la redacción. Necesitó de guardaespaldas 24 horas. Pero finalmente publicó toda la información que probaba el origen judío de Daniel.
Descubre que Daniel es hijo de padres judíos, George y Esther Burros, y nieto de judíos rusos. Phillips consiguió las pruebas que certificaban que sus padres se habían casado en el Bronx según el rito judío y que el pequeño Dan había estudiado el Talmud, con muy buenas notas, en la escuela de la sinagoga de Queens. Y también que, en julio de 1950, con 13 años, había celebrado su bar mitzvah
El día que se publicó esta información Daniel se suicidó.
Camino del hospital para identificar el cadáver, Esther, su madre, repetía una y otra vez: “era un niño tan bueno”